La literatura suele ofrecer reflexiones sobre los vacíos teóricos y los desasosiegos prácticos asociados a la condición humana y a las relaciones de poder. La epopeya clásica Gilgamesh y el Rei Lear de Shakespeare son dos de las obras que mejor muestran las consecuencias de la falta de sabiduría práctica del gobernante y del difícil camino para alcanzarla. Se trata de dos personajes al principio poderosos –ambos son reyes, pero que se encuentran desconcertados tras las consecuencias de sus propias acciones. Una situación de la que les será muy difícil alejarse. Para ello necesitarán emprender un viaje, a la vez físico e interior, hacia terrenos que hasta ese momento les eran desconocidos y que, al final, les harán ser a la vez, más sabios, más tolerantes y más infelices. Pero ello permitirá volver a “civilizar” el gobierno de la ciudad y redundará en beneficio de los gobernados.
Gilgamesh constituye el relato literario más antiguo del que tenemos noticia. El personaje alude a un rey histórico de la ciudad de Uruk en la antigua Mesopotamia (hacia 2750 aC). Los cinco textos más antiguos que se conservan datan de alrededor del 2100 aC. Están escritos en sumerio, la lengua culta de la época -no emparentada con ninguna otra lengua hoy conocida (La narración que hoy se considera estándar de la epopeya se basa en una versión posterior escrita en acadio).
La fascinación “moderna” que sigue ejerciendo el personaje se basa en la atemporalidad de sus temas: la ciudad, los excesos del poder, el amor, la vulnerabilidad sobrevenida, y la necesidad de acceder a una sabiduría perdida a través de un difícil y trágico viaje alejado de la arrogancia y de las seguridades previas. Gilgamesh es al principio un gobernante indiscutido pero despótico para sus súbditos. Para poner remedio, los dioses envían a Enkidu, un héroe que vive primero fuera de la ciudad en estado “salvaje”, pero que se “civiliza” a través del erotismo de una sacerdotisa enviada por el mismo rey. Así pasará a vivir en la ciudad, estableciendo una íntima relación con Gilgamesh después de combatir con él. El afán de Gilgamesh de adquirir fama inmortal (algo parecido a la actitud de Aquiles en la muy posterior Ilíada) lleva a los dos amigos a un combate con el monstruo Humbaba –que de hecho no amenazaba la ciudad. Los dos amigos casi mueren, pero son ayudados por los dioses y, al final, Gilgamesh sigue de manera reacia el consejo de Enkidu y mata a Humbaba. Posteriormente Enkidu paga la afrenta: cae enfermo y muere. El dolor de Gilgamesh le hace descubrir su vulnerabilidad, su temor a enfrentarse con la muerte. La sabiduría necesaria para ello no puede enseñarse con palabras, sino que uno mismo debe aprenderla. El héroe abandona la ciudad y emprende un viaje en pos de una inmortalidad imposible. Tras superar todas las pruebas y encontrar a Utnapishtim, el único hombre que ha alcanzado la inmortalidad (narración del diluvio universal en el que se inspira la posterior de la Biblia), Gilgamesh asume la fragilidad humana, cosa que le permitirá gobernar de forma tolerante, equilibrada y justa la ciudad de Uruk, a la que regresa. Ingredientes: la conciencia de los propios límites, el escepticismo frente a las seguridades morales, y la inevitable imprevisibilidad de las consecuencias de nuestras acciones. En definitiva, el poema habla de los olvidos de esa sabiduría profunda ignorada desde el poder.
El King Lear de Shakespeare ofrece una de las más brillantes versiones del sentido trágico que envuelve todo lo humano. Es una obra sin concesiones hacia las bellas palabras morales o religiosas del autoengaño. El rey, cuando deja de serlo, emprende un viaje que le hace comprender, desde el dolor y la degradación personal, que estamos solos en un vacío anímico y cosmológico, en una soledad de dudas, deseos y pensamientos contradictorios. Y fuera no hay nada más. “Somos como moscas para los dioses. Nos matan solo por diversión”. Es difícil asumir que Cordelia muera y las ratas no. Alcanzar la sabiduría es un camino trágico que solo se logra individualmente (como hace Gilgamesh). Incluso requiere de la locura de Lear y la ceguera de Gloucester para alcanzar una verdad que antes no veían. “Es la plaga de nuestro tiempo que los locos guíen a los ciegos”. Al final saben que saben poco, pero lo que saben es más profundo que todas las cosas que antes creían saber. La política debe construirse desde la idea de que la humanidad pertenece a la naturaleza y de que es epistemológica y moralmente pequeña. Solo desde la sabiduría crítica que proporciona una débil y trágica desnudez se puede actuar justamente. Somos una realidad frágil. Nuestra única protección ante nosotros mismos es una sociedad política que evite la arbitrariedad arrogante de los comportamientos. Detrás de Shakespeare siempre resuenan el naturalismo escéptico de Montaigne y el ya cercano pensamiento revolucionario de Hobbes.
En general, puede decirse que en las sociedades humanas se aprende poca historia, y que se aprende poco de la historia. Hay cosas que siempre las estamos aprendiendo. La historia de la humanidad tiene algo de renacimiento ignorante. Y todo ello tiene repercusiones políticas. Las democracias liberales y los estados de bienestar han sido conquistas históricas inimaginables hace poco más de un siglo, pero siguen mostrando deficiencias en el reconocimiento y acomodación de las minorías y en la regulación de derechos sociales. Son democracias aún con demasiados olvidos.